🜎 Superfluor 59. Cómo corregir lo invisible
El Partenón, o una suma de imperfecciones perfectas.
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Cómo corregir lo invisible
Durante unos minutos interminables, el suelo tembló como pocas veces en la historia, como no lo había hecho durante 1300 años. En abril de 1894, dos terribles terremotos separados entre sí por escasos días sacudieron el corazón de Grecia, dejando cientos de muertos y miles de edificios en ruinas.
Una de aquellas víctimas fue el Partenón.
Aquellos mármoles tocados por la mano de Fidias habían sobrevivido durante siglos a saqueos, expropiaciones, desmantelamientos y explosiones. Yacían ahora diseminados sobre la árida colina sagrada, como un enorme rompecabezas tridimensional de piezas mutiladas.
Su restauración corrió a cargo del arquitecto Nikolaos Balanos, director de Antigüedades de Grecia, que puso a su equipo a trabajar en la tarea ingente de recomponer aquel majestuoso puzzle con sumo cuidado y devolver todo a su lugar, tratando de minimizar el uso de nuevos mármoles.
Este tambor debe ir encima de este otro.
Aquí va este capitel.
La cornisa puede encajar aquí.
Las infatigables obras continuaron durante años, y hacia 1920, el peristilo, aquel perímetro de enormes columnas, estaba ya muy avanzado.
Sin embargo, algo importante había cambiado en aquel templo.
De hecho, todo había cambiado.
Al tratar de devolver las cosas «a su sitio», con la mejor de las intenciones y conocimientos, el Partenón ya no era el Partenón porque sus piedras habían dejado de encajar, estaban fuera de su sitio, fuera del lugar exacto para el que fueron concebidas 2500 años atrás.
Y es que en el Partenón nada es lo que parece, precisamente para que todo parezca lo que uno espera contemplar.
Los griegos, obsesionados por la armonía y la perfección, no dudaban en sacrificar la rígida geometría en el altar de la Belleza. Así, el Partenón se curva y contorsiona como un coribante para plegarse al deseo de goce de nuestros ojos imperfectos. Y no lo hace de cualquier manera: cada bloque de mármol fue esculpido con una forma, una inclinación y una curvatura específica para encajar en un lugar concreto, y solo ahí. El estilóbato, la base sobre la que se asientan las columnas, está levemente curvado en su centro. El plano mismo de todo el templo está ligeramente combado. Las metopas fueron esculpidas con mayor profundidad en su parte inferior para proyectarse hacia quien las contempla a sus pies. Las columnas se inclinan hacia el interior, y las situadas en las esquinas están más próximas entre sí. Con su sutil éntasis, también se ensanchan en su mitad inferior para dar mayor armonía al fuste.
Todo es una calculada suma de imperfecciones invisibles contenidas en cada piedra, un juego de ilusiones diseñado para corregir la distorsión óptica del espectador, bien al contemplar el Partenón desde la lejanía, bien al hacerlo a los pies de sus columnas dóricas. Todo está desajustado en términos matemáticos para que todo sea perfecto en términos estéticos.
Y esto es algo que Balanos y sus especialistas parecieron olvidar, o desconocer: su propio afán por recolocar todo en su sitio les alejó de su ideal de orden absoluto restaurado, de una noción de integridad imposible de satisfacer. El Partenón fue concebido como un edificio vivo y, como todo elemento vivo, es una irrepetible combinación de imperfecciones que lo hace único. Su Belleza es un enfrentamiento constante entre una idea y la realidad.
Aun siendo un imposible, la restauración es un acto de humildad implícita: supone aceptar que un sitio ya no existe, que cada elemento por recolocar solo encaja ya entre la memoria y la pérdida. La ruina es una forma de presencia, un recordatorio de que el tiempo no se puede desandar (estamos todavía hablando de edificios, ¿verdad?). Como en la técnica kintsugi, no hay un estado original al que volver: la autenticidad consiste en todo lo que se es, pero también en lo que se ha perdido irremediablemente por el camino.
Y es bello que así sea, porque es la vida misma.
Hay cosas que no pueden volver a su sitio porque su sitio es, precisamente, estar en otro lugar. El Partenón, como tantas otras cosas, solo alcanza la verdadera perfección en una ocasión.
Cuando nadie lo mira.
Cuando solo se le imagina.
¿Basta con dar marcha atrás a la película de los días y de las mentiras y volver a poner las cosas en su sitio, ya sea un cepillo de dientes en el mueblecito del baño o unos mármoles de Fidias en el Partenón, para que todo vuelva a estar ordenado, para que el vacío se llene al fin?
Andrea Marcolongo
IMAGEN BASE DE LA PORTADA: Details of the Colonnade of the Parthenon, Athens • Félix Bonfils (1870s).
Conexiones
* Algún día terminaré la tercera parte de los Derechos (in)tangibles (¿lo demoro por el gran respeto que me genera?): tras la Luz y el Aire, la Belleza.
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La vida secreta de los edificios (Edward Hollis) - Un libro fascinante para reconcebir nuestra idea de la arquitectura.
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Me ha gustado mucho tu reflexión. Sobre todo, ese enfrentamiento constante entre la idea y su realidad del que surge la belleza.
Amo la imperfección, la belleza de lo imperferfecto es la maravillosa idea verlo todo aceptándolo tal cual es, consu verdad incomoda, sus sombras, sus luces y su perfecta imperfección.
Gracias por tu artículo, la belleza es un verbo imperfecto!