🜎 Superfluor 58. Vivir las preguntas
El bombardeo por saturación de respuestas anula nuestra brújula individual y colectiva.
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Vivir las preguntas
Curso online para aprender a respirar. «La guía definitiva para…». «10 pasos infalibles…». «Seduce en 7 segundos». Cómo preparar tu kit de emergencia para la guerra. A continuación, un desconocido nos ilustra ante un micrófono sobre el peligro de dormir con calcetines. Dónde comer, qué ver, dónde viajar. No sabemos si hemos dormido bien hasta que consultamos nuestra app del sueño. Avanzamos con el doomscrolling con la esperanza de encontrarnos con alguien aleatorio que nos explique más y más cosas.
Likes como pruebas de validez. Followers como símbolo de autoridad. Stats para determinar si lo estamos haciendo bien. Marca personal como esperanza estilo de vida. Hacks y atajos para llegar enseguida a lugares a los que alguien nos ha dicho que debemos ir.
Y para finalizar, consejos para mantener a raya nuestros niveles disparados de dopamina.
El impulso de obtener respuestas es intrínseco al ser humano — sea con un oráculo o en las entrañas de un animal—, y tenemos toneladas a nuestra disposición. Y no lo digo solo por el volumen sino, incluso más aun, por el enfoque. Si tuviera que ponerle un nombre a esta época, sería «La era de las instrucciones». Indicaciones y respuestas para absolutamente cada aspecto vital, amplificadas por millones de personas erigidas en «hacedores de respuestas» gracias al altavoz que otorga la tecnología. Usamos la expresión «consumir contenidos», como si fuera una sustancia física que formara parte de nuestra dieta, y en gran medida ya es así. Saciados, sin duda, pero ¿nutridos? Un pastiche de información condensada, destilada, desmineralizada, y con frecuencia, no solicitada, que nos indique por dónde debemos ir y nos señale todos los puntos del mapa.
Atesoramos y almacenamos instrucciones como una ardilla sus almendras.
La sensación de abrumación ante la información no es nueva. Al erudito suizo Conrad Gessner se le ocurrió catalogar en su Bibliotheca Universalis de 1545 todas las obras literarias impresas en latín, griego y hebreo, y ya entonces se quejó de la «confusa y dañina abundancia de libros», como un problema que debía ser afrontado y resuelto.

Siglos después, con un volumen infinitamente mayor de datos, damos a nuestro cerebro cantidades ingentes de información fragmentada e inconexa que trata de filtrar, organizar e hilvanar en nuestra cabeza para conseguir integrarla en algo coherente con lo que creemos ser.
La tecnología nos abrió ventanas informativas que somos incapaces de mantener entreabiertas para manejarla según nuestras capacidades cognitivas. Quién sabe, tal vez dentro de 50 años nuestros cerebros hayan evolucionado para amoldarse a tal avalancha (no quiero pensar en qué saldría de tal adaptación), pero hoy por hoy nos supera, hace correr a nuestra mente en círculos, saturada de estímulos sin objetivo concreto. En cuanto una información se pone «intensa» saltamos a la siguiente, a ver si viene más depurada y sin espinas. De forma adaptativa vamos delegando su procesamiento, porque el mensaje que nos viene procesado parece asimilarse mejor.
Vamos dejando de confiar en nuestro propio criterio para dejarnos llevar por el de otros, para recorrer los senderos ya trillados. Y la Inteligencia Artificial (¡chupito!) parece no mejorarlo, porque con ella delegamos alegremente hasta las preguntas mismas.
Y probablemente haber llegado a este punto no sea nuestra culpa pero sí es nuestra responsabilidad.
Como mínimo, tenemos la responsabilidad de recuperar el territorio de las preguntas. Tal vez anhelamos cualquier respuesta porque carecemos de preguntas adecuadas, porque estamos perdiendo el hábito de forjar nuestras propios interrogantes y, sin estos, nuestro criterio individual y colectivo se desvanece. Al igual que una planta con exceso de agua, la sobreabundancia de respuestas ahoga las raíces de nuestro pensamiento.
¿Qué quiero saber?
¿Qué me conviene (des)aprender?
¿Qué debería entender mejor para tomar buenas decisiones?
Solo hay una cosa peor que una mala respuesta y es una pregunta mal formulada, o aun peor, una pregunta silenciada.
Las preguntas son la esencia de la Humanidad, el embrión de la filosofía, el elemento más combativo que tiene el ser humano para construir su futuro y afrontar su realidad. Son también un ejercicio extremo de rebeldía, por cuestionar lo establecido. La clave de cualquier sistema controlador es arrebatar progresivamente las preguntas a la población, que acepte las respuestas dadas, porque se sabe que los imperios se derrumban cuando son azotados sin descanso con signos de interrogación. No es casualidad que la palabra «cuestionar» tenga en su raíz latina el término quaerere, que significa buscar la verdad.
La pregunta es también la chispa que alumbra el progreso del ser humano. Cuando un niño lanza sus infatigables «por qué» está forjando su percepción del mundo, es su curiosidad la que con cada pregunta prende hogueras de entendimiento ante la penumbra que le rodea.
El riesgo de obviar las preguntas es que cualquier información se convierte en una respuesta que se valida a si misma. Cuando las respuestas nos vienen dadas carecemos de marcos de referencia que nos ayuden a determinar si son relevantes, verdaderas, pertinentes, válidas. Si no elegimos las preguntas, es más fácil aceptar las respuestas que nos regalan ya empaquetadas.
Y sí, el acto de preguntar(se) duele, cuesta, nos hace sudar —hasta nos hacen dudar de si debemos preguntar—, pero nos hace florecer y prosperar.
En un instante de sano idealismo, pienso que el mayor beneficio que podrá ofrecer la tecnología al futuro de la humanidad no será el de servirnos respuestas, sino el de ayudarnos a tener buenas preguntas, a formularlas con propósito, a que nos resulten útiles, a que nos ayuden a vivir mejor. Si resulta que la IA será nuestra compañera de viaje, solo le pido que sea una buena inquisidora.
Ante un mundo que parece desmoronarse a cada instante, se me ocurre que «vivir las preguntas» será lo que apuntale el colapso del pensamiento, lo único que despierte esta conciencia nuestra tan bien anestesiada por saturación, tan asombrosamente carente de asombro y de reacción.
Si se queda usted en la naturaleza, en lo sencillo que hay en ella, en lo pequeño, que apenas ve uno, y que tan imprevisiblemente puede convertirse en grande e inconmensurable. Si usted tiene ese amor por lo pequeño y trata de ganarse, como un siervo, la confianza de lo que parece pobre, entonces todo le será más fácil, más unitario y, no sé cómo, más reconciliador, acaso no en el entendimiento, que se echa atrás asombrado, sino en su íntima conciencia, en su vigilia y en su saber.
Usted es tan joven, está tan antes de todo comienzo, que yo querría rogarle, lo mejor que sepa, mi querido señor, que tenga paciencia con todo lo que no está resuelto en su corazón y que intente amar las preguntas mismas, como cuartos cerrados y libros escritos en un idioma muy extraño.
No busque ahora las respuestas, que no se le pueden dar, porque usted no podría vivirlas. Y se trata de vivirlo todo. Viva ahora usted las preguntas.
Quizá luego, poco a poco, sin darse cuenta, vivirá un día lejano entrando en la respuesta.
—Rainer Maria Rilke // Cartas a un joven poeta.
IMAGEN BASE DE LA PORTADA: Stańczyk during a ball at the court of Queen Bona in the face of the loss of Smolensk // Jan Matejko (1862).
Ojalá este número te haya generado preguntas, o respuestas. Compartir tus ideas, dar al 🖤 si te ha gustado, invitar a un Ko-Fi, difundir… haz lo que te apetezca, vaya. Para decirme algo, puedes responder al correo o por aquí.
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Likes como pruebas de validez. Followers como símbolo de autoridad. Stats para determinar si lo estamos haciendo bien. Marca personal como esperanza estilo de vida.
Ole
Que bello, Iván.
Te felicito.
Hace unos días me escribía unas notas borrador sobre este mismo tema. Comparto algunas:
Necesitamos más respuestas o preguntas?
La pregunta nos estimula?
La respuesta nos detiene?
Asociamos las preguntas a la duda?
Y la respuesta a la certeza?
La pregunta ata y la respuesta libera?
O al contrario?
Nos define más una pregunta o una respuesta?
Me pregunto, porque son todo preguntas?