※ Superfluor 39. Las chicas del radio
Una historia de radiactividad, glamour y derechos laborales.
¿Cómo estás? Por si es tu primera vez por aquí, me presento: soy Iván Leal y te doy la bienvenida a Superfluor. puede que antes quieras leer el propósito con el que nació esta gaceta. Esencialmente, es una exploración por los caminos de la curiosidad, y cada número es un recorrido distinto. Si ya eres habitual de Superfluor, me alegra verte por aquí de nuevo.
Hay historias que nacen de la oscuridad y en ella cogen la fuerza necesaria para salir a la luz. La de hoy es una historia que se ha repetido muchas veces a lo largo del tiempo pero con distintos objetivos, en distintos países, bajo distintos nombres. Lo sorprendente es cómo los mecanismos y las motivaciones son prácticamente invariables: el abuso de poder, la manipulación de la información, la avaricia, el engaño. Por eso es importante seguir contándolas, para que no sean absorbidas por la oscuridad.
Esta es la historia de las Chicas del radio.
Una historia de radiactividad, glamour y derechos laborales.
Desde el momento en que Marie y Pierre Curie descubrieron el radio en 1898 y recibieron el Nobel por ello, este elemento químico se convirtió en un misterioso objeto de atracción. Aquel material que brillaba e irradiaba calor prometía servir para muchas cosas. Una de las más importantes fue la invención de Willian J. Hammer, que aprovechó esa cualidad brillante: creó una pintura radioluminiscente que permitía recubrir objetos para que fueran visibles en la oscuridad.
Este invento llamó la atención de la United States Radium Corporation, que lo registró bajo el nombre de Undark. Cuando Estados Unidos entró en 1917 a participar en la Primera Guerra Mundial, el Ejército encargó a la U.S.R.C. la aplicación de Undark en las esferas de los relojes de los soldados y en el instrumental de los aviones. Esto daría una ventaja considerable a los militares, que podrían consultar la información de estos objetos en plena oscuridad.
La artesanal tarea de pintar con radio se convirtió en un trabajo muy demandado. Se requería precisión y minuciosidad, y se consideraba que las mujeres eran las más idóneas para realizar esta tarea (de hecho, la U.S.R.C. empleó a miles de mujeres, especialmente durante la guerra).
Estas empleadas desarrollaron técnicas específicas para conseguir la precisión necesaria, siendo una de las más habituales la que se denominaba «afilar el pincel»: impregnaban el pincel con pintura de radio y le daban una forma muy fina con sus labios, para así poder pintar al detalle números y manecillas. Cada empleada completaba unos 200 relojes al día, por lo que «afilaban el pincel» decenas de veces en cada turno.
Trabajar en la U.S.R.C. se consideraba casi un privilegio. Estaba bien pagado (aun así, las mujeres cobraban menos que los hombres), contribuía a los esfuerzos del país en tiempos de guerra y socialmente generaba interés. De hecho, las trabajadoras solían aprovechar para pintarse las uñas e incluso los dientes con Undark, para estar literalmente resplandecientes en las fiestas, sorprendiendo a la gente con su brillo en la oscuridad. Recibieron el apodo de «chicas fantasma».
El radio parecía servir para absolutamente todo, era el «Aceite de serpiente» del siglo XX. Barras de labios, mantequilla, chocolate, pasta de dientes, tónicos vigorizantes, cremas para el pelo, incluso baños de agua enriquecida con radio. Se añadía radio al pienso de las gallinas para mejorar su puesta de huevos. Un poco de radio podía incrementar la belleza o curar la ceguera, la histeria, el asma, y hasta el cáncer.
El término «radio» se había convertido en un reclamo y casi en una marca en sí misma, y los nombres de las compañías y los productos reflejaban esta fiebre radiactiva: Radiendocrinator, Radithor, Tho-Radia, Radior. Incluso las compañías cuyos artículos no eran fabricados con radio buscaban el modo de «pegarse» al término a toda costa, fuera en su nombre o en su publicidad. La denominada «charlatanería radiactiva» estaba desatada.
La cuestión es que, desde su descubrimiento, había evidencias de los peligros de la radiación en la salud. Las propias manos de Marie Curie, temblorosas, con dedos deformados y piel agrietada, eran prueba de ello. Sin embargo, mientras las empresas seguían haciendo negocio con el radio, buena parte de la población permanecía ignorante e hipnotizada antes sus presuntas propiedades fabulosas.
En los laboratorios de la U.S.R.C., los químicos que manipulaban y procesaban el radio llevaban protecciones de plomo. En la planta inferior, las conocidas como Chicas del radio no contaban con ningún tipo de protección en su trabajo.
Es más: ni siquiera contaban con información.
Como recordaba Mae Cubberley, una de las empleadas, preguntaron si Undark podía hacerles daño y les aseguraron que no había ningún riesgo para su salud. «El señor Savoy, el gerente, nos dijo que no era peligroso y que no teníamos por qué tener miedo».
No pasaron muchos años hasta que comenzaron a aflorar los síntomas.
Fue hacia 1922 que esos síntomas empezaron con un «simple» dolor de dientes de Amelia Maggia, una antigua trabajadora de la U.S.R.C.. Su dentista se lo extrajo, pero a ese diente le siguió otro, y otro. Múltiples dolencias y afecciones se extendieron por el cuerpo de Amelia, y los médicos llegaron a la conclusión de que sus síntomas y su antiguo trabajo estaban directamente relacionados. Amelia trató de ponerse en contacto con sus antiguas compañeras, y para su sorpresa solo pudo encontrar a tres de ellas: muchas otras ya habían fallecido o estaban en fase terminal. El radio se había acumulado en sus huesos de forma irreversible.
No quiero mostrar imágenes escabrosas ni describir los informes médicos sobre los terribles efectos que la exposición constante a la radiación tuvo en estas chicas. Es suficiente con esta anécdota que da una idea de la situación: las hermanas de Amelia Maggia, ex empleadas y también enfermas, exhumaron el cuerpo de Amelia dos años después de su fallecimiento para poder someterlo a examen médico.
Su ataúd resplandecía a plena luz del día.
Hacia 1925, periódicos como el New York Times empezaban a alertar sobre los peligros de la radiación, aunque con expresiones que amortiguaban la gravedad de la realidad, como «necrosis por radio». Sobre esa época, como una macabra ironía, el propio creador de la pintura Undark murió víctima de su propia invención.
¿Qué podían hacer unas pocas mujeres enfermas y con escasos recursos frente a una empresa poderosa e influyente, vinculada estrechamente al Gobierno de los Estados Unidos?
Con la valentía que nace de la desesperación, demandaron a la U.S. Radium Corporation.
Las Chicas del radio no solo luchaban contra los intereses de una gran corporación, también tenían en contra la idea arraigada en la sociedad americana de que el radio no solo era seguro, sino saludable. Era prioritario demostrar el vínculo entre sus dolencias y su trabajo en la U.S.R.C.. Encargaron estudios a expertos independientes que así lo confirmaron sin lugar a dudas.
La empresa, con contactos en la esfera judicial, hizo todo lo posible para obstaculizar el proceso legal y eludir su responsabilidad. ¿Acaso las demandantes no acabarían por desistir, o morir, en el camino? Recurrieron a todo tipo de estrategias:
Las desacreditaron acusándolas de querer cargar sobre la empresa los gastos médicos de sus propias enfermedades.
Pagaron nuevos informes médicos para contradecir los estudios independientes.
Ocultaron información al Departamento de Trabajo para torpedear las investigaciones.
El proceso se prolongó durante más de una década, con sus demandantes cada vez más debilitadas o ya fallecidas pero firmes en su motivación. Finalmente, 13 años después, llegó la justicia: un tribunal declaró culpable a la U.S. Radium Corporation. Llegaron a un acuerdo de indemnización, y cada una de ellas recibiría 10.000$ más 600$ por cada año que pudieran vivir, incluyendo los gastos médicos y funerarios para su inevitable final.
Por su repercusión mediática, este caso deshizo el aura mágica del radio. Además, provocó que el Congreso de los Estados Unidos votara la primera resolución de su historia para establecer derechos que protegieran a las personas que contraen enfermedades laborales.
Aunque muchos productos que prometían contener radio eran (por suerte) una simple estafa en forma de placebo, es sorprendente que el gobierno norteamericano permitiera tal libertad en la fabricación de artículos radiactivos de uso cotidiano. ¿Cuántas miles de personas, deslumbradas por el brillo del radio, morirían a causa de él? Es incalculable.
Aun en los años 50 existían relojes radioluminiscentes y productos, como juguetes educativos, que contenían muestras de radio. La U.S.R.C. siguió en activo durante la Guerra Fría, con experimentos de dispersión de partículas radiactivas desde aviones, incluso sobre población norteamericana. Esto daría para otra historia.
Con su sacrificio involuntario, estas mujeres aportaron a las generaciones futuras de la sociedad americana una mayor protección de sus derechos laborales. No solo eso: buena parte de lo que hoy conocemos sobre los efectos de la radiación en el cuerpo humano se lo debemos a ellas, a las tristemente conocidas como las Chicas del radio.
Espero que te haya resultado interesante, si has llegado hasta aquí será buena señal. Te invito a darle al ❤️, comentar y difundir a los cuatro vientos para que la historia de las Chicas del radio llegue a más personas curiosas. Espero vernos en el siguiente número.
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Vaya maravilla, Iván 😍
Qué buen artículo, Iván. Me ha encantado. Reconozco que a pesar del terrible drama que describes, también me ha hecho sonreír... los anuncios milagro de productos con radio, como si fueran el botox de hoy, son delirantes. Me recuerdan a los de la cocaína del siglo XIX. La anunciaban hasta con niños. Hazte un artículo sobre aprovechamientos comerciales disparatados que nos vamos a reír!