¿Cómo estás? Por si es tu primera vez aquí, me presento: soy Iván Leal y te doy la bienvenida a Superfluor, una gaceta donde interconectar ideas y recursos de los que extraer inspiración. Siempre es buen momento para compartir de nuevo el propósito con el que nació esta gaceta. En el correo de bienvenida que recibes al suscribirte hay más pistas.
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§0. Melancolía, aburrimiento y rarezas varias.
Algunas palabras contienen puertas traseras que conectan de manera impredecible con territorios desconocidos. El extraño término Spleen es una de ellas.
Spleen es una palabra excepcional porque tiene una rara dualidad, ya que define algo corporal y algo psicológico (hay quien diría incluso espiritual). En inglés es la palabra que denomina al bazo (ese órgano que mucha gente no sabemos bien dónde ubicar en nuestro propio cuerpo), pero el spleen en francés también expresa ese estado de melancolía y desasosiego sin causa definida, una especie de angustia vital con ramificaciones, como la sensación de vacío existencial o el temor al paso de tiempo.
De la doble faceta del spleen son responsables los griegos que, con su medicina basada en los humores corporales, tenían la creencia de que el bazo (el splēn, en griego) era el responsable de la melancolía. Pensaban que la bilis negra segregada por el bazo se extendía por el cuerpo y lo invadía de tristeza.
Sin embargo, es curioso cómo una misma palabra traza distintas líneas de significado según la cultura. En la cultura hebrea, según el Talmud, el bazo no es el órgano de la tristeza sino el de la risa. En alemán, el spleen como estado anímico no apunta a la melancolía sino a la ira, a la irritabilidad, perspectiva que comparte la cultura y la medicina china, que lo considera un elemento fundamental del temperamento humano.
Sobre el spleen como estado anímico han reflexionado filósofos y compuesto artistas. Fue el concepto clave de Baudelaire en su obra Spleen de París y la esencia de su filosofía vital. Tomás de Iriarte lo adaptó a la española en su poema llamado «Definición del mal que llaman Esplín (del inglés Spleen)»:
Es el esplín, señora, una dolencia
que de Inglaterra dicen que nos vino.
Es mal humor, manía, displicencia,
es amar la aflicción, perder el tino,
aborrecer un hombre su existencia,
renegar de su genio y su destino,
y es, en fin, para hablarte sin rodeo,
aquello que me da si no te veo.
Puede que no resulte muy evidente, pero el spleen es el concepto latente que ha moldeado nuestra concepción del Romanticismo europeo, un sentimiento melancólico destilado a través de la sociedad hasta cristalizar en la literatura y en el arte. Si te fijas en las obras del XIX, las verás impregnadas con el tinte del spleen.
De ese estado vital, difícil de acotar con precisión, surgen reacciones y comportamientos humanos difíciles de predecir. El concepto del spleen es tan profundo, sutil y relevante que sirvió para etiquetar emocionalmente toda una época en Inglaterra, asociando ese peculiar estado de ánimo a comportamientos excéntricos entre la clase acomodada británica, entre el final de la guerra franco-prusiana en 1870 y el inicio de la primera guerra mundial. Este periodo fue muy estable para esta clase social, sus necesidades económicas estaban más que resueltas y por delante parecía extenderse una apacible existencia sin ninguna preocupación. El problema parecía ser precisamente ese, un futuro demasiado apacible, aburrido, carente de estímulo y sentido, tanto, que despertó en ellos pensamientos y comportamientos extravagantes.
Aunque suene extraño lo anterior, la falta de un propósito que nos mueva o un exceso de comodidad nos puede sumergir en un estado mental que nos acerca peligrosamente al abismo de la excentricidad. Nadie está exento, pero parece que cuando más nos alejamos de la base en la pirámide de necesidades de Maslow, más riesgo corremos de hacer cosas raras. No deja ser curioso que ese periodo british recuerde tanto a ciertas estupideces rarezas actuales que se dan entre la clase más rica, como beber agua sin tratar o la moda de no comer como extraño símbolo de estatus económico.
En castellano, el Spleen podría asemejarse al tedio o al hastío, tal vez. Aburrimiento. Insatisfacción. Melancolía. Soledad. Angustia. Vacío. Saudade. Nos podemos eternizar aquí desgranando palabras relacionadas y matizando cada una, pero resultaría difícil hacerlo porque se entretejen con fuerza entre sí.
Por simplificar, tal vez se podría decir que el aburrimiento es la antesala del tedio o el hastío, un peldaño que nos aproxima al precipicio de la nada. En principio, el aburrimiento se podría espantar con relativa facilidad con actividades. Con el tedio o el hastío no, porque nos agarran firmemente y nos conducen a otro plano emocional mucho más oscuro.
Quizá por esto tenemos tanto miedo al aburrimiento, por vernos arrastrados más allá de él. Es posible que ya pasemos mucho más tiempo de lo saludable en ese estado y, como nos aterra la sensación de caer al vacío, saltamos de una distracción a otra para tratar de huir. La sociedad actual nos ha envuelto progresivamente en una dinámica de permanente estímulo, pero con frecuencia descubrimos que muchas de las distracciones no consiguen rellenar el hueco del aburrimiento. Vivimos en la era de la captura de la atención que no cumple la promesa del significado.
Pocas cosas resultan relevantes, pocas captan nuestra atención o lo hacen durante un tiempo cada vez menor. Nuestra curiosidad, nuestra capacidad de tener verdadero interés y de asombrarnos (la thaumazein que denominaban los griegos y que es parte integral de su filosofía) parece estar en mínimos históricos.
En una época en la que puede que vivamos rodeados de más entretenimientos que en toda la Historia, parecemos aburrirnos más que nunca.
Y es que es fácil recrearse en la apatía. Las fuerzas parecen abandonarnos y nos sumergimos en una corriente que nos arrastra, que nos hipnotiza y anula con su correr suave y constante. Pero incluso en el letargo emocional late energía, porque cuando se supera cierto umbral de frustración e insatisfacción, la inercia se puede revertir y convertirse entonces en una fuerza abrumadora. El aburrimiento es un poderoso motor de rebelión, creatividad e inspiración, que nos permite parar y reenfocar las cosas desde otra perspectiva, detectar algo relevante que no habíamos visto hasta entonces y de tomar acción.
Ya que no podemos vivir en un estado permanente de interés y no podemos evitar indefinidamente el aburrimiento, solo nos queda convertirlo en nuestro aliado. No se trata de evitar el aburrimiento sino de considerarlo parte de nuestra vida. Se trata de convivir y aprender de él sin sucumbir a su influencia.
Más aun, de nuestra capacidad para canalizar el aburrimiento depende en gran medida nuestra existencia porque, como expresa Bertrand Russell en «La conquista de la felicidad»:
Tener cierta capacidad para soportar el aburrimiento no es en absoluto un don despreciable: de hecho, es una de las más importantes condiciones para un vida feliz.
Lo fácil es dejarse llevar por la corriente pero estoy convencido de que no llegamos a este mundo para ser tan flojos como eso, que está en nuestra mano espabilarnos y volver a la superficie. Maravillarnos, asombrarnos, sacudirnos el polvo de las distracciones huecas y adquirir un verdadero interés por lo que de verdad nos mueve a cada uno, sea lo que sea. Recuperar nuestra thaumazein. Alejarnos de la sombra y acercarnos a la luz.
Hay un viejo verso perdido que sabiamente nos recuerda algo tan simple como esto:
«Hay que abandonar las penas y desechar el esplín».
IMAGEN DE PORTADA: Después del baile o Joven decadente • Ramón Casas i Carbó (1899).
§1. Referencias.
(Por si acaso no resulta evidente, los títulos precedidos de ➼ son enlaces).
➼ El hastío despreocupado
Nunca dejan de fascinarme las ocasiones en las que las personas convergemos espontáneamente en abordar ciertos temas, como si en el fondo hubiera una «conciencia» temática común que uno vive erróneamente como si fuera individual. Esta lúcida reflexión de
reflexiona sobre el hastío, la vida social y las relaciones humanas, conectando pasado y presente, se complementa a la perfección con la Superfluor de hoy.➼ La moda de no comer como símbolo de status
Este es el artículo que mencionaba en la reflexión y que he recuperado de la edición 280 que Samu Parra nos descubría en Haken. No hace falta que diga mucho más, conviene leerlo para entender (o no) muchas cosas.
➼ Escribir sin mirar atrás
Cortar, copiar, borrar, deshacer. Con las herramientas digitales de escritura, el esfuerzo que supone rectificar lo que escribimos es prácticamente nulo, pero posiblemente nos ha hecho algo más vagos en nuestro pensamiento: resulta más rápido refinar que pensar bien la idea a expresar y plasmarla. Yusef Hassan ha creado una herramienta de escritura y su genialidad radica en su sencillez, porque no añade funcionalidades sino que, justo al contrario, elimina la más característica: editar. Esta herramienta no te permite borrar más allá de las últimas palabras escritas, así que solo hay un camino para conseguir sacar las mejores ideas que llevas dentro: seguir escribiendo.
➼ Tecnología, aburrimiento y conformismo
Es posible que no conozcas a Aphex Twin pero después de ver este videoensayo probablemente admires su trabajo más allá de tus gustos musicales. Este magnífico ensayo es una de mis referencias habituales porque, usando a este genio musical como contraste, explica de forma cruda el aplanamiento progresivo pero implacable de la cultura y creatividad al que nos hemos ido adaptando en nuestra vida cotidiana. Analiza la manera en que somos «anestesiados» en nuestra manera de pensar, crear y entender nuestra relación con el mundo que nos rodea. ¿O es tan solo una distorsión de nuestra percepción? Aunque esta repleta de ideas tremendas, la frase «Content is for keeping the status quo, art is for starting a revolution» posiblemente sea la mejor síntesis.
§2. Biblioteca Superfluor.
#BS02
El elogio de la sombra.
Junichirō Tanizaki.
1933.
Hoy que hablamos de luces y sombras, este precioso ensayo encaja bien porque habla de la belleza contenida en la sombra y de la importancia que adquiere en la cultura tradicional japonesa. Si en Occidente es la luz el elemento que rige el criterio estético, en Oriente es la sombra la que expresa la belleza en todo su esplendor. Tanizaki nos ayuda a entender un poco mejor que el pensamiento oriental se basa en su magistral dominio del juego de claroscuros.
«¿Por qué esta tendencia a buscar lo bello en lo oscuro solo se manifiesta con tanta fuerza entre los orientales? […] Resulta evidente que nuestra propia imaginación se mueve entre tinieblas negras como la laca, mientras que los occidentales atribuyen incluso a sus espectros la limpidez del cristal. Los colores que a nosotros nos gustan para los objetos de uso diario son estratificaciones de sombra: los colores que ellos prefieren condensan en sí todos los rayos del sol.»
Gracias por llegar hasta aquí, creo que hay suficiente material por ahora. Puedes compartir tus ideas, difundir, dar al 🖤, leer números pasados si este se te ha hecho corto... lo que te apetezca, vaya.
Si quieres decirme algo puedes escribirme por aquí o hola@ivanledu.com. Que pases buen día y nos vemos pronto en la siguiente Superfluor (espero).
Ante todo, gracias por conectar tu estupenda reflexión con mi texto de esta semana; me ha gustado mucho esa serendipia newslettera que se ha generado.
En su ensayo sobre el aburrimiento, Josefa Ros dice que este «es un síntoma, una señal de descontento y de desprecio frente a lo que tenemos delante»; en ese sentido, cabría reflexionar sobre la importancia de «cederle» un cierto espacio en determinadas circunstancias, como una suerte de «drenaje cerebral».
No obstante, coincido plenamente contigo en la necesidad de valorar y cuidar esa curiosidad (ese «thaumazein» griego) para tomarnos la vida con unas expectativas más creativas, más ilusionantes, más esperanzadoras. El esplín se ha ido convirtiendo en una pose que no conviene cultivar, creo yo.
Me ha gustado muchísimo