❥ Superfluor 19. Las botellas perdidas de Canadian Club
Una historia de marca, prohibiciones y búsquedas del tesoro.
¿Cómo estás? Por si es tu primera vez aquí, me presento: soy Iván Leal y te doy la bienvenida a Superfluor, una gaceta donde interconectar ideas y recursos de los que extraer inspiración. Puedes conocer en detalle su propósito y/o suscribirte (si no lo has hecho ya). En algunos números hablo de historias que me parecen interesantes, y hoy traigo una.
Y si ya eres habitual de Superfluor, gracias por volver. Poco a poco se van uniendo más personas curiosas a esta gaceta.
Una historia de marca, prohibiciones y búsquedas del tesoro.
—¿Y bien? —me preguntó Mickey cuando regresé al descapotable.
Saqué aquella botella que podía contener de todo menos Canadian Club, le quité el corcho, se la pasé y luego di yo también un trago.
La primera vez que vi mencionar Canadian Club fue en esta frase, de la novela negra de Dashiell Hammett «Cosecha roja».
No sé por qué, el nombre de la bebida me pareció sugerente y me puse a indagar. ¿Sería ficticio, inventado por Hammett? ¿Sería real, de la época de la Ley Seca?
No sabía que una frase sin más relevancia en una novela negra de 1929 me conduciría a una historia tan curiosa como la que te traigo.
La historia de las botellas perdidas de Canadian Club.
Hiram Walker empezó con la destilación hacia 1830 en Detroit, haciendo sus pinitos con vinagre de sidra y de ahí al whisky. Cuando se aprueba la prohibición de la destilación en Michigan, Walker decide trasladarse en 1858 a Windsor, Canadá y fundar su propia destilería.
Una vez allí, Walker crea y financia de su bolsillo un pequeño campamento (llamado, cómo no, Walkerville) para todas las personas que tiene empleadas en su negocio. Desde este campamento continúa perfeccionando su proceso de destilación.
Por entonces, en el proceso tradicional de las destilerías, ni el bourbon ni el whisky se dejaba envejecer en barrica más allá de un año.
Walker hizo entonces algo vanguardista: dejarlo madurar cinco años en barricas de roble. El whisky resultante era extremadamente puro y suave.
La fama de gran calidad del «whisky de Walker» se propaga y se convierte en la bebida favorita en los clubs de caballeros que tanto se pusieron de moda en el siglo XIX. Su whisky se convierte en símbolo y empieza a conocerse como Whisky Club.
Para diferenciarlo de otros whiskys como el escocés o irlandés, Walker, en 1890, incluye la palabra Canadian en la etiqueta. El estilo canadiense de destilación pone en valor la maduración, y la nueva ley Bottled in bond obliga a indicar en la etiqueta el tiempo en barrica.
En una inteligente decisión de marca, Walker va más allá y decide en 1893 cambiar su nombre y su logotipo: lo denomina Canadian Club. Este es un motivo por el que me atrae tanto el poder de las palabras: el nuevo nombre de la marca simboliza la nueva corriente de moda en el negocio del whisky.
Walker muere en 1899 y la familia continúa con el negocio. Walkerville ya no es un pequeño campamento: los Walker instalan agua corriente y electricidad y construyen la comisaría y la estación de bomberos.
Acaba por ser reconocida como ciudad en 1890. Hoy día sigue existiendo.
El tiempo pasa, llegan los locos años 20 y se impone la Ley Seca. La gente está sedienta de alcohol. Los gángsteres de Chicago, como Al Capone, se convierten en grandes clientes de Hiram Walker & Sons. El contrabando fluye hacia Estados Unidos con miles de litros de alcohol. Según dónde acabe y cuánto se esté dispuesto a pagar, el whisky Canadian Club se vende adulterado o puro.
Mientras unas botellas de Canadian Club recorren rutas clandestinas desde Canadá a Chicago, otras cruzan el Atlántico para beberse en los palacios de la realeza británica. Tanto que, años atrás, en 1898, la reina Victoria convirtió a la destilería en proveedora oficial de la casa real.
De hecho, fue la única destilería norteamericana de la historia que recibió la denominada Autorización Real, que permite poner el sello real en las botellas y promocionarse como proveedores de la casa real británica.
Pero, aunque lo parezca, no he venido a hablarte de las bondades de este whisky, que además desconozco. En realidad, he venido a contarte una de las campañas publicitarias más ingeniosas y emocionantes que se ha creado alguna vez.
La que esta destilería hizo en 1967, muy en su estilo innovador.
Hiram Walker & Sons organizó una caza del tesoro por todo el mundo para promocionar la marca. Desde 1967 a 1981 fue escondiendo cajas con botellas de Canadian Club.
En el monte Kilimanjaro en Tanzania.
En la jungla.
En barcos hundidos.
Incluso en el Polo Norte.
La campaña se llamó Hide a case (algo así como «Ocultar una caja»). En total se escondieron 22 «alijos».
Imagínate: estás esquiando en los Alpes suizos y antes de lanzarte por la ladera ves por el rabillo del ojo una misteriosa caja semienterrada en la nieve.
Para promocionar la búsqueda, la destilería publicaba anuncios en diversas revistas y periódicos en los que iba dando pistas sobre la ubicación de las cajas.
También publicitaba las noticias de las cajas encontradas para incentivar la búsqueda. Había personas que pasaban meses en busca y captura de las cajas perdidas.
Los anuncios son increíbles, con titulares directos y sugerentes. Te recomiendo que leas las descripciones de los anuncios: su estilo entremezcla historias, leyendas, relatos, anuncio de alcohol,... Son como versiones modernas de las pistas que conducen a un tesoro pirata.
Me parece una campaña genial porque el valor económico del «tesoro» era lo de menos (unos 100$). No era el producto, no importaba si el whisky te gustaba o no. Lo importante era la emoción de la búsqueda y la excitación del descubrimiento.
Era como despertar de nuevo la curiosidad de la infancia por la aventura, por encontrar algo secreto.
Entre 1975 y 1981, la destilería ajustó la campaña y eligió lugares algo más accesibles (no todo el mundo podía ir al Kilimanjaro a por whisky). Podías encontrar unas botellas en lo alto de un rascacielos de Nueva York o yendo de ruta por el Valle de la Muerte.
El renombre de la marca se disparó.
Pero, ¿sabes qué es lo mejor de todo? Que no se encontraron todas las cajas.
Más de medio siglo después sigue habiendo alijos de Canadian Club escondidos en algún lugar del mundo.
Desde luego esas botellas tendrán mucha solera.
Si con esta historia que te he contado te da por emprender la búsqueda y consigues encontrar alguna caja perdida por el mundo, avísame y brindamos por tu aventura. Me gustará escuchar las anécdotas que hayas vivido, al final es lo que importa.
Espero que hayas disfrutado esta historia, si has llegado hasta aquí es buena señal. Puedes compartirla y difundirla a los cuatro vientos para que Superfluor llegue a más personas curiosas. Nos vemos en el siguiente número.
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IMAGEN DE PORTADA. New York City Deputy Police Commissioner John A. Leach, right, watching agents pour liquor into sewer following a raid during the height of prohibition (1921) • Library of Congress.
Voy a estar atento. Tal vez acá en Mexico encuentre una caja del Canadian Club. Excelente historia. Gracias por compartir